El mundo actual asiste a una auténtica revolución del tiempo, ve como todo parece ir cada vez más deprisa. Existe la percepción generalizada de que nuestro tiempo laboral está sobrecargado, de tal manera que difícilmente podemos atender todas nuestras obligaciones de forma satisfactoria.
Esta situación hace que, con frecuencia, nos sintamos desbordados ante nuestras tareas profesionales, que acaban tirando de nuestro tiempo particular. Cuando esto ocurre, surgen alteraciones en nuestro equilibrio personal, aparece la ansiedad y el estrés, nuestra capacidad de disfrutar de la vida se resiente, y nuestra motivación y predisposición a pensar en positivo se ven disminuidas.
El trabajador que descansa lo suficiente, se incorpora a trabajar al día siguiente con más energía. Y aunque algunas empresas ya han implantado la política de “luces apagadas”, hay que ganar una batalla cultural, y lograr que se reconozca al directivo que es capaz de distribuir eficazmente la carga de trabajo dentro del tiempo establecido. Ello no quiere decir que haya que trabajar menos, sino tener en cuenta que un número excesivo de horas en el trabajo supone dejar menos tiempo para estar junto a la familia.
No se debe valorar más a un colaborador sólo porque trabaje muchas horas pues, aunque parezca que beneficia a la empresa, poco a poco puede estar arruinando su vida familiar y personal, lo que repercutirá en su equilibrio y, a la larga, en el trabajo. Se le ha de valorar por la eficacia, y ésta no tiene porqué estar directamente relacionada con la cantidad de horas trabajadas.
Lo que la empresa debe potenciar es que se aproveche al máximo la jornada laboral, evitando llegar tarde, perder el tiempo, viajes innecesarios, reducir a lo imprescindible la atención de asuntos particulares, etc.
No debe criticarse que la gente busque trabajar menos, pues lo que importa es el resultado, que el profesional sea innovador y tenga iniciativa. Los profesionales tienen que trabajar por objetivos, no por horas, y hay que seguir intentando mejorar en esto. Es demasiado frecuente que la gente sienta una cierta culpabilidad por irse pronto, lo cual es absurdo.
Todo esto responde a un cambio de paradigma, pasando de una “cultura de esfuerzo” a una “cultura de resultados”, donde lo importante no es que las personas estén muchas horas en la oficina, sino que se alineen con los objetivos de la empresa y pongan todo su esfuerzo para conseguirlos.
De hecho, en muchas organizaciones, está dejando de considerarse como trabajador modelo a aquel que dedica la mayor parte de su vida al trabajo, para preferir empleados familiarmente responsables, que, según un reciente estudio realizado entre 150 de las más importantes empresas del mundo, demuestran estar más motivados, más dispuestos a trabajar y que por tanto son más productivos.
Ante este panorama y dado que el tiempo es un recurso escaso que no se puede estirar ¿qué podemos hacer para que no afecte negativamente en nuestras vidas? La única solución parece clara: gestionar mejor el tiempo. Se trata de optimizar su utilización de manera que pasemos a controlarlo y dejemos de ser sus esclavos por su propia escasez.
Para poder perfeccionar nuestra capacidad de gestión del tiempo, lo primero que tenemos que hacer es analizar minuciosamente en qué lo estamos empleando realmente, y probablemente descubramos una serie de factores que hacen que lo perdamos. Este tipo de información adquiere especial significado en una sociedad como la actual, en la que además ocupa un lugar importante la preocupación por un aspecto con tanta influencia en la salud de las personas y de la sociedad en su conjunto, como es la conciliación trabajo familia.
En los últimos tiempos, están surgiendo diversas teorías sobre la forma de vivir equilibradamente, tanto en el orden profesional como en el personal y familiar. Se trata de nuestra actitud en todo lo que hacemos, que es lo que realmente nos ayudará a sentirnos más o menos satisfechos.
La condición humana tiene múltiples vertientes, con una riqueza de matices casi infinita, y todas ellas han de desarrollarse armónicamente para hacer a las personas individuos completos, equilibrados, sanos física y mentalmente y satisfechos consigo mismo y con su entorno.
Está emergiendo con fuerza el concepto de conciliación de la vida laboral y la vida personal y familiar, al haber comprobado la sociedad que, para armonizar ambas facetas se requiere que todos los agentes involucrados en esta materia se esfuercen para conseguir una sociedad más productiva, más justa, más equilibrada, en definitiva, mejor.
Cuando estamos en casa, hemos de procurar involucrarnos en todo aquello que afecta a nuestra pareja, en los problemas y alegrías de nuestros hijos, es decir implicarnos en la vida de familia. A su vez, cuando estamos haciendo nuestro trabajo, hemos de implicarnos con total dedicación y responsabilidad en el mismo, como si fuera nuestra propia empresa.
En apenas unos años, la armonización de la vida laboral y familiar, ha pasado de ser una lucha, en muchos casos sin éxito, para conseguir un derecho social, a convertirse en una auténtica necesidad económica para las economías desarrolladas.
El que la empresa nos dé facilidades cuando necesitamos ir al médico, o hacer las gestiones para comprar una vivienda o para renovar el carnet de conducir, además de cuidar de los niños y de atender a personas mayores, son tan solo algunos ejemplos, algo frívolos, pero que constituyen realmente la esencia de lo que significa la conciliación familiar, para que no sean un obstáculo en la efectividad de los trabajadores y, por tanto, el desarrollo económico de la empresa.
Para que pueda existir este equilibrio entre trabajo y familia ha de ayudar la empresa, implementando acciones que permitan la armonización de ambas parcelas, como puede ser la flexibilidad de horarios, el ajuste de las jornadas laborales evitando que sean interminables, el disfrute de permisos para asuntos personales, posibilidad de escoger las vacaciones de acuerdo con las conveniencias familiares, teletrabajo, guarderías infantiles, etc.
Con la implantación de este tipo de políticas, se pueden lograr muchos beneficios. A los empleados les va a mejorar la calidad de vida y para la empresa, además de posibles ahorros, va a aumentar la productividad y, lo más importante, va a tener profesionales motivados, implicados, que saben que su carrera profesional no se va a ver afectada por contratiempos personales, y fidelizados, porque van a estar satisfechos trabajando en una compañía que presta atención a este tipo de programas.
La importancia de este aspecto, que cuenta cada vez con más adeptos y defensores, radica, hay que insistir, en que se trata de algo que no solo beneficia a los trabajadores, aumentando su calidad de vida, su autoestima, reduciendo su estrés y consecuentemente el nivel de absentismo, sino que también repercute positivamente en la empresa, al conseguirse una mayor motivación, compromiso y productividad de sus empleados.
La falta o una mala política conciliadora, puede afectar a aspectos tales como el cuidado de los hijos, la atención de las personas mayores, la gestión de los asuntos particulares, legales, etc.
Tal como se desprende de otro de los estudios realizados sobre el efecto de las medidas conciliadoras, un 70% de la población encuestada asegura que en sus decisiones profesionales influyó mucho el equilibrio entre vida personal y laboral. Sin embargo, a pesar de citar entre las principales prioridades las personales, dicen dedicar casi 13 horas diarias a sus tareas profesionales, mientras que en la vida personal y familiar ocupan menos de seis horas, salvo en los fines de semana en que el porcentaje se invierte.
Tal es así que según recoge, el 38% de los encuestados se ha planteado en algún momento reducir su jornada laboral, aunque ello implicase ganar menos.
Otro estudio realizado por la consultora Watson Wyatt en el Reino Unido, confirma que cuatro de cada cinco profesionales ya consideran fundamental este tipo de políticas al decidir permanecer o cambiar de trabajo.
Las empresas que no se conciencien y actúen sin tener en cuenta tales premisas, están renunciando – quizás sin saberlo – a atraer el talento, desmotivando al que ya tienen, y se arriesgan a tener que afrontar costes laborales más elevados, una reducción de la productividad y a fracasar no consiguiendo establecer un compromiso humano y laboral con sus empleados.
Son muchas las empresas que ya están trabajando en la implantación de medidas de flexibilidad, ya que, si alguien tiene que estar pendiente de resolver temas personales, es indudable que su rendimiento laboral será menor, lo que supondrá pérdidas para la propia empresa, aunque como hemos visto, todavía existen muchas dificultades para llevarlas a cabo.
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