La idea de responsabilidad social encuentra acogida sobre todo en las grandes empresas, aunque lo cierto es que todas– públicas, privadas, medianas o pequeñas – admiten prácticas socialmente responsables.
Puede decirse que una empresa socialmente responsable no es ni más ni menos que una empresa sensible a las expectativas sociales y medioambientales de su entorno, que las integra en su día a día, cierto es que sin olvidar que están subordinadas a la función económica esencial de la empresa.
La Comisión Europea ha definido la responsabilidad social de las empresas (RSE) como “la integración voluntaria de las preocupaciones sociales y medioambientales y las relaciones con sus interlocutores”.
El concepto es muy amplio y engloba prácticamente a todas las personas o puntos de relación de la empresa y su entorno. La Responsabilidad Social es el compromiso con, al menos, cuatro stakeholders: accionistas, clientes, empleados y sociedad, aderezado con dosis de transparencia, dependiendo de cómo la ejerza o la aplique, el éxito, la continuidad y su propia continuidad.
La posición del Gobierno parece orientarse hacia articular una norma, sobre la base de que los poderes públicos deben impulsar el establecimiento de las buenas prácticas de responsabilidad social de las empresas que, con formato de ley, establezca un marco jurídico mínimo para las que cotizan en bolsa, con la obligación de trasladar al ámbito de diálogo social una serie de materias relacionadas con la gestión de los recursos humanos, seguridad, salud, medio ambiente y entorno.
Según el proyecto en el que se está trabajando para fijar “el marco jurídico mínimo” de la responsabilidad social de las empresas cotizadas, en la negociación colectiva de las que piensen salir a bolsa o las que soliciten financiación pública cuando las condiciones de los concursos lo especifiquen, deberán tener cabida sus políticas de responsabilidad social corporativa.
Así, la principal obligación consiste en llevar al diálogo social una serie de materias mínimas relacionadas con la gestión de los recursos humanos, salud, seguridad, medio ambiente y relación con el entorno nacional e internacional, con lo que aspectos como la conciliación de la vida familiar o las inversiones socialmente responsables, serán objeto de los futuros Convenios Colectivos.
A través de este mecanismo, se pretende, no solo fomentar la responsabilidad social, sino normalizar esta materia con una serie de indicadores que expondremos a continuación.
Las empresas que apuestan por la Responsabilidad Social dedican esfuerzos en comunicar a la comunidad en la que operan, sus principales actividades desde el punto de vista medioambiental, económico y social, a través de Memorias de desarrollo sostenible.
Toda su actividad social se integra en el informe social, semejante a una auditoría interna, que recoge la misión de la compañía y las directrices de su gobierno corporativo, al tiempo que define los pasos a seguir para alinear las acciones sociales con las prioridades estratégicas, así como las líneas de actuación a medio plazo en el diálogo con sus interlocutores.
Conforme a lo anterior, las compañías deberán publicar, además de las tradicionales memorias anuales, todos estos aspectos en un Balance o Memoria de las medidas de Responsabilidad Social implantadas, que ya están utilizando, de forma voluntaria, muchas empresas cotizadas.
Dicho Balance, deberá contar con el visto bueno del Comité de Empresa y de un certificador auditor externo, pudiéndose obviar esta exigencia cuando la empresa obtenga un certificado nuevo de “Responsabilidad Social”.
Este tipo de informes suelen elaborarse siguiendo las recomendaciones de la Guía Internacional Global Reporting Initiative (GRI) promovida por un grupo de empresas – a través del Word Bussines Council for Sustainable Development – para unificar los criterios sobre su publicación y conseguir una mayor transparencia empresarial.
El desarrollo sostenible es un término acuñado por Naciones Unidas en 1986, con el fin de definir aquellos modelos de desarrollo que satisfacen las necesidades de las generaciones actuales sin poner en peligro el futuro de las generaciones venideras.
Sostenible debe significar crecimiento, pero teniendo en cuenta la responsabilidad social en las comunidades en las que opera la empresa, el empleo eficiente de los recursos, de forma que nuestro impacto sobre el medio ambiente sea aceptable y la creación de riqueza para aquellos que invierten en ella, trabajan o se sirven de nuestros servicios.
Si nos fijamos en la acción social de las empresas españolas, comprobaremos que un buen número de ellas han incorporado a su estrategia general de negocio los denominados Programas, Planes o Fondos de Acción Social. Sobre todo las Compañías que se han internacionalizado, entienden que no pueden permanecer insensibles ante lo que pasa en las sociedades o comunidades en las que tienen presencia.
El modelo seguido para el desarrollo de una acción social allí donde ha encontrado interés, suele ser análogo al que se utiliza para gestionar una compañía, ya que debe gestionarse como un plan de negocio al existir una identidad o al menos una semejanza en sus instrumentos; así por ejemplo, aparecen unos criterios para elaborar y establecer un presupuesto, una gestión, para medir resultados, etc. A ello ayuda la creación de Comités ad hoc, conocidos como Comités de Acción Social o de Protección Social, que cuidan de elaborar y seguir el plan hasta su definitiva aprobación.
Los proyectos de Planes de Acción Social, pueden surgir tanto del propio Comité de Dirección como de los empleados que colaboren, por ejemplo, a través de buzones de sugerencias, correspondiendo a la Dirección canalizar este tipo de iniciativas para que puedan llevarse a cabo de una manera organizada.
Sin ningún género de dudas, a la expansión de este tipo de sensibilidad ha contribuido la iniciativa puesta en marcha por las Naciones Unidas en julio de 2000 y ya anunciada por K. Annan el 31 de enero de 1999 durante el Foro Económico de Davos (Suiza), conocida como Pacto Mundial (Global Compact).
Dicha iniciativa tiene como objetivo, que empresas, asociaciones internacionales de trabajadores, organizaciones no gubernamentales y otras instituciones y entidades, se comprometan a adoptar, apoyar y promulgar una serie de principios básicos universales relacionados con las normas laborales, el medio ambiente y la lucha contra la corrupción y el soborno.
Inicialmente, integraban el Pacto Mundial nueve principios, habiéndose añadido posteriormente el relativo a la gobernabilidad, que se presentó aprovechándose un encuentro de Annan en Nueva York con 400 líderes empresariales, en el que animó a los presentes a luchar por un mundo más estable.
Las empresas y organizaciones que se adhieren al pacto, - además de que suelen tener en común que todas ellas son líderes y a su vez aspiran a un crecimiento mundial responsable, - se comprometen a hacer una declaración de apoyo al Pacto y a propiciarlo mediante acciones.
Con fundamento en el Pacto Mundial de las Naciones Unidas algunas entidades financieras han puesto en marcha una serie de medidas, endureciendo los requisitos de información a la hora de conceder créditos o financiar proyectos, exigiendo a los solicitantes la presentación de autorizaciones administrativas, memorias y protocolos internos medioambientales, seguros, etc.
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